La referencia documental más antigua de esta cavidad se encuentra en el archivo de la catedral de León, en un documento datado el 3 de julio del año 990. A partir de entonces, las alusiones que a esta iglesia excavada se hacen en la documentación medieval conservada son abundantes. Podemos decir que es uno de los pocos casos de arquitectura excavada en la Edad Media que posee tanta documentación sobre la misma.
La iglesia era propiedad de la reina Teresa Ansúrez, mujer de Sancho I, pero era gestionada por su mayordomo, el monje Zuleiman. La iglesia de San Martín se encontraba excavada en un área de abundantes explotaciones agrarias, por lo que existe la posibilidad de que la cueva hubiera sido utilizada como espacio de guardia y custodia de los bienes y frutos adscritos a ella.
Existe una más que probable relación entre esta cueva artificial de época altomedieval y el fenómeno repoblador en el territorio leonés.
La Cueva de San Martín se excavó a orillas del Torío, en el actual término de Villamoros de las Regueras, en el cerro arcilloso de La Candamia. Su emplazamiento se encuentra en las inmediaciones de la ciudad de León.
Se trata de la única iglesia excavada durante la Edad Media. El ingreso a la oquedad se realiza a través de un agujero informe que presenta una abertura total de 3,28 metros de ancho. El espacio interior está formado por una pequeña nave longitudinal y ábside ultrasemicircular, que mantienen una comunicación a través de un maltrecho arco de tipología hoy desconocida. La cubierta de ambos espacios presenta formas abovedadas, asemejándose la de la nave a una bóveda carpanel y la del presbiterio a una de horno. La morfología del arco es imprecisa, no solo por encontrarse excesivamente sumergido en los sedimentos arcillosos, sino también por sufrir una gran erosión en sus partes visibles.
La existencia de una serie de orificios en las inmediaciones del arco, evidencia a través de su paralelismo, dimensiones y emplazamiento, su uso como antiguo anclaje para traviesas de madera, que discurrirían de forma horizontal al suelo. Este hecho, junto con el carácter de este espacio excavado, sugiere que de estas secciones de madera pendieran cortinajes, con los que se ocultaría el presbiterio, cumpliendo así una función litúrgica que fue habitual durante la Alta Edad Media. Huellas similares en torno al arco de ingreso de la cabecera se encuentran en otras iglesias excavadas peninsulares como San Acisclo y Santa Victoria en Arroyuelos (Cantabria) o Santa María en Valverde (Cantabria).
En sus paramentos se encuentran también restos de graffiti de carácter epigráfico.
Catalogada con nivel de protección grado 1 en el Plan General de Ordenación Urbana de Villaquilambre
El ayuntamiento de Villaquilambre ha realizado una Memoria valorada con la que pretenden solicitar las ayudas económicas a las diversas administraciones necesarias para el acondicionamiento de la cueva.
Desde que la cavidad perdió su función primigenia ha estado abandonada a su suerte.
Hasta hace unos años, la cueva ha pasado desapercibida ante los ojos de cualquier individuo que no conociese su ubicación exacta, ya que la configuración irregular del terreno, así como la abundante y espinosa vegetación espontánea, dificulta su visión desde cualquier punto.
A principios del siglo XXI, el SEPRONA colocó obre la entrada de la cueva una malla verde para evitar que la arcilla se derrumbase y tapase por completo el acceso a la misma. En el año 2018, el Ayuntamiento de Villaquilambre decidió facilitar el acceso a la cavidad desde el llano mediante la creación de una escalera excavada en la propia arcilla y la instalación de una soga a lo largo de ella que actúa como barandilla, quitamiedos y, en la parte superior limita el espacio exterior de la cueva, facilitando así su contemplación. Pero, lamentablemente, los peldaños excavados en el suelo han sufrido una erosión tanto física como antrópica y, actualmente, se han transformado en una pendiente.
El interior se encuentra colmatado en casi su práctica totalidad. El primitivo pavimento se encuentra cubierto por una sólida y profunda capa de arcilla, originada por el desprendimiento de partículas de tierra de la cubierta, así como por la penetración de sedimentos que arrastran las escorrentías desde el exterior. Es por ello que la altura actual de la nave queda reducida a 1’37 metros en su punto más elevado, y la del presbiterio a tan sólo 1’13 metros, lo que dificulta un correcto tránsito en su interior.
A lo largo de los muros se encuentran numerosas fisuras y grietas de gran tamaño, provocadas por agentes tanto físicos como antrópicos. Dentro de estos últimos, señalamos por ejemplo el uso lúdico que le dieron los niños de las localidades más inmediatas y los cazadores de la zona.
Su estado es de total abandono y ruina incesante. Puede desaparecer en un breve espacio de tiempo y, con ella, nuestra historia.
Bibliografía
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