Cuando, en 1229, es reconquistada definitivamente la plaza de Cáceres a los andalusíes, se encontraba entre los capitanes más destacados de las tropas de Alfonso IX de León D. Hernando de Mogollón, el cual, asentado desde entonces en la localidad tomada, fundaría la Casa de Mogollón destacando dentro de ésta, en el siglo XIV, D. Pedro Gil de Mogollón, regidor de Cáceres y dueño de la Dehesa de los Mogollones, situada al suroeste de la otrora villa y donde, junto a su hijo D. Alfón Gil de Mogollón, erigiría la torre del mismo nombre a la finca donde se enclava, conocida en ocasiones como Castillo de las Seguras de Abajo para diferenciarse del Castillo de las Seguras de Arriba, ubicado éste más al norte y junto al camino natural que une Cáceres con Badajoz. Formarían parte ambos del denominado Poblado de las Seguras, núcleo de asentamientos medievales repleto de fortalezas y casas-fuertes a corta distancia unas de otras, entre las que no faltarían recintos religiosos tales como la Ermita del Salvador, más conocida como de San Jorge (incluida en la Lista Roja del Patrimonio), donde las torres y castillos vigilarían, como en otras muchas fincas y dehesas repartidas entre la nobleza cacereña en todo el flanco sur de la localidad, los terrenos, posesiones, haciendas y explotaciones con que estaban dotadas las mismas. Heredada por parte de su madre, Dña. Leonor Alfonso Mogollón Gómez, la Torre de los Mogollones pasará durante el siglo XV a manos de D. Diego García de Ulloa Mogollón, apodado el Rico, quedando de esta forma la atalaya vinculada al linaje de los Ulloa, de gran peso en la vida social y política del Cáceres de finales del medievo y comienzos de la Edad Moderna. Serán los Ulloa Torres los siguientes dueños del inmueble, de quienes pasará a los duques de Fernán Núñez, que la venderán a la familia de los Higuero, a quienes sigue perteneciendo en la actualidad. Un miembro de este último linaje, propietario igualmente del Castillo de las Seguras de Arriba, D. Miguel Muñoz de San Pedro Higuero, conde de Canilleros, será quien en el siglo XX tome para sus posesiones más norteñas el escudo de los Mogollones que, sobre la puerta de arco apuntado que da paso a la torre, lucía el emblema de la familia constructora, alojando en su lugar un blasón marmóreo de los Ulloa, que aún hoy corona la portada, abierta en su flanco sur y bordeada de sillares graníticos.
La torre está formada por sillares regulares que sostienen las esquinas de la robusta atalaya, limitando éstos así mismo los vanos abiertos en sus fuertes muros de mampostería, algunos con asientos corridos en su interior. También graníticos serán los caños que despidan el agua de luvia, y las ménsulas que, en grupos de tres (dos en el flanco occidental), sostendrán los cuatro matacanes que bordean la torre repartidos entre los laterales izquierdos superiores de cada uno de sus cuatro lados (en el muro sur, en el punto medio del mismo). Junto a ellos, una fila de canecillos bordea la coronación del edificio, decorados con bolas propias del arte dado durante el reinado de los Reyes Católicos, que nos haría pensar en el añadido de éstos una vez el bien en manos de los Ulloa. Destruido parte del inmueble durante las ofensivas portuguesas lanzadas contra estas tierras mientras tenía lugar la Guerra de Restauración entre España y el país vecino, a mediados del siglo XVII, la estructura actual del interior del edificio responde a la adecuación del mismo, lejos ya de su destino militar, como zona residencial y parte de la explotación agropecuaria que en el lugar, junto a otras dependencias anexas a la torre y circundantes a la misma, se ha llevado a cabo hasta pocos años atrás. Así, cuenta la torre con tres plantas más la que es la baja, única ésta en todo el inmueble en poseer bóveda de medio punto sobre arcos escarzanos, rematando su estancia principal. Nacen en la esquina nororiental de este bajo piso las actuales escaleras, cegadas otras anteriores, que suben hacia la planta siguiente, accediéndose a las restantes, todas ellas con suelo de madera y divididas en dos estancias, septentrional y meridional respectivamente, a través de una escalera de caracol fabricada con sillares graníticos que, ubicada en la esquina noroccidental de la torre, permite el acceso no sólo a las plantas segunda y tercera, sino también al tejado de la atalaya, a dos aguas y cubierto de placas de uralita sobre madera tras eliminar la terraza original del edificio, al que se sale una vez alcanzada una linterna de ladrillo que remata la estrecha escalinata.
BIC - Categoría de Conjunto histórico
Monumento en completo abandono y ruina; la estructura pétrea presenta grietas sobre sus muros, así como en la escalera de caracol que permite el acceso a las plantas superiores de la torre; el suelo de madera de los pisos altos se encuentra completamente podrido, habiendo cedido en algunos rincones; el tejado se asienta sobre vigas y tablas de madera en mal estado, cubierto de placas de uralita dañada por las inclemencias del tiempo y por los nidos de cigüeñas y otras aves; la puerta de entrada ha desaparecido, concentrándose basura y suciedad diversa por las plantas baja y primera del edificio; las dependencias anexas y circundantes a la torre, dedicadas a la antigua explotación agropecuaria, se encuentran igualmente abandonadas, presentando derrumbes en su interior.
Deterioro paulatino del monumento por las inclemencias del tiempo, la humedad y la suciedad generada por las aves que hacen de la torre su hogar; gran riesgo de derrumbe de muros y elementos pétreos, así como de los suelos de madera que aún se mantienen; peligro de caída del tejado ante el mal estado de las estructuras de madera que lo sostienen, y el peso ejercido sobre él por los abundantes nidos de cigüeña que allí se asientan; riesgo de expolio y vandalismo tanto en la torre en sí como en las dependencias agropecuarias anexas.
2019
Piden a la Junta que adquiera la Torre junto a la ermita de San Jorge, Hoy, 29 de julio